La tercera ha sido la vencida. Tras un intento inicial televisivo e intempestivo con doblaje al castellano y otro posterior en versión original pero en un homólogo mal momento, he conseguido no solo visionar al completo la primera ronda de MAD MEN, sino descubrir -y disfrutar- al fin la serie.
MAD MEN TEMPORADA 1 de Matthew Weiner: ***1/2
No es la primera vez que una serie me toma tiempo para amoldarme a ella y no viceversa, más tratándose de un show de época como es el caso y de parámetros tan codificados a priori como los que aquí se proponen en cuanto a focalización de un momento y lugar específicos de la cultura e historia americana recientes. No obstante esos handicaps iniciales acaban por disiparse frente a un punto de vista mucho más amplio y poderoso que se yergue pasada la mitad de la temporada, lo cual exije por otro lado de cierta dosis de paciencia y fé en el espectador menos dado a la quietud y estatismo en las narraciones audiovisuales. Esa amplitud de miras y lentitud en el desarrollo se logran con un dificil y sutil equilibrio de elementos que vertebran el serial, solidificando sobre cada episodio los mimbres del anterior en cuanto a evolución dramática de personajes y desenvolvimiento progresivo del misterio principal que se desmadeja hacia el final del misma; el secreto de su protagonista, Donald Drapper.
De este modo asistiremos a lo largo de este primer segmento a la vida, trabajo y alrededores de este personaje carismático y contradictorio. Un arranque in media res desde el que colocar en perspectiva una pléyade de secundarios de peso en ocasiones tan irritantes y conflictivos que uno puede llegar a pensar seriamente si merece la pena el seguimiento vital de semejante panda de apáticos inmorales y egomaníacos compulsivos. Los deseos sexuales latentes, el libertinaje extra-marital, el consumo adictivo de tabaco y alcohol y un sinfín más de conductas dificilmente asumibles en la época de lo moral y politicamente correcto, pero que contempladas con un margen de error de cincuenta años consiguen que MAD MEN resulte finalmente magnética en su ilustración de un reflejo en el espejo del ser humano herido a perpetuidad, independientemente del encuadre temporal, social o personal que reciba.
Que el epicentro de la historia sea una agencia de publicidad, con todo lo que ello conlleva para con el modo de vida americano asentado sobre la idea de su sueño comprado a plazos e hipotecando el alma para lograrlo a cualquier precio, aporta al relato los mimbres de una ironía de tamaño cósmico. El buen hacer de los actores, con el sólido Jon Hamm a la cabeza, la exquisita escenografía y la sobriedad de su puesta en escena ayudan sobremanera a conseguir el verismo necesario de la producción y aportar esa dosis de realidad pretérita capturada que tan gozosamente vemos dinamitarse poco a poco e ir uniendo puntos con nuestras cercanías y experiencias en los momentos más logrados de la serie. Se consigue de este modo que las resonancias de la misma alcancen el estatus de universal y aunque se tarde en conseguirlo, sea cadenciosa, algo pagada de sí misma e incluso plúmbea en ocasiones, MAD MEN merece -y mucho-, el esfuerzo.
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