Última entrega del relato recuperado desde el baúl de los recuerdos. Espero completar con el mismo la colocación de la primera piedra para nuevas vías de expresión en este, su, blog, buscando un acercamiento a otras temáticas e inquietudes si el tiempo y las ganas lo permiten.
TIERRA (III) de Ignacio Garrido Muñoz
El resultado del Día Cero no solo acabó con la destrucción de la tecnología. Ese hecho aislado quizás hubiese animado al hombre a comenzar de nuevo unido ahora por un espíritu más sencillo y mucho menos ambicioso pero abocado a cometer errores similares más adelante. El resultado del choque de los escudos cerca del centro de la tierra aumentó la temperatura interna de todo el planeta y cambió sensiblemente la órbita del mismo, algo que se tardaría muchos años en descubrir y que en realidad jamás se llegó a entender del todo. Pasados más de trescientos años desde el agotamiento de los recursos naturales hasta que llegó el Día Cero, la tierra comenzó a cambiar entonces. El calentamiento interno añadido a una órbita más lejana al sol, haría desaparecer totalmente los polos ya de por sí absolutamente mermados durante el transcurso de los años y modificaría su gravedad. El calor convertiría las regiones más altas y centrales de la tierra en zonas desérticas difícilmente habitables, pero las regiones nórdicas suavizarían su clima y permitirían la creación de enormes valles semisumergidos bajo el agua que en poco tiempo proporcionarían la creación de nueva vida. Con el derretimiento de todo el hielo existente la denominación de Planeta Azul cobró un nuevo significado para los habitantes de la tierra que se repartían por todo el planeta, más del noventa y dos por ciento de la superficie terrestre acabaría cubierto por el agua. Solo unas docenas de ciudades no quedaron sumergidas, eran pequeñas y sus antiguas estructuras apenas podían albergar las necesidades de sus nuevos habitantes. Algunas de esas ciudades pertenecían a antiguos países protegidos y otras a países pobres, pero al cabo pocos años ya no se hacían distinciones.
La gravedad también sufrió alteraciones que tardarían más en hacerse patentes. Pero el regalo que surgió del único y gran océano que se formó con el deshielo total fue lo que haría hacer cambiar al hombre definitivamente, lo que se nos envió como última ayuda y como símbolo de perdón absoluto pese a lo que habíamos hecho. Algunos que aun recordaban algo de los antiguos mitos, leyendas y religiones hablaron de Dios y Buda. No tuvo nada que ver con todo aquello, tan solo fue un regalo. El regalo que hizo del mundo y del hombre el lugar del que hablé al principio, un mundo en el que el hombre forma igual parte del agua que del aire y la tierra, en el que la vida es una simbiosis entre las especies que pueblan el planeta, las personas se ayudan y prosperan por el bien del otro no por el propio. Nadie sabe de donde vinieron, pero la Zona Muerta es el primer lugar del que se tiene constancia de su aparición. Allí se suponía morirían en pocas generaciones los que habían decidido acabar allí su vida. No fue así. Los nuevos habitantes de esa zona por ser extranjeros no veían restringido su ciclo vital como el de todos los antiguos seres vivos de aquel lugar, pero la tierra seguía inane, por lo que el agotamiento de los recursos que llevaron consigo los supervivientes sería la causa de su muerte. En una playa muy lejana al poblado que tardó más de veinte años en descubrirse, se descubrió vida vegetal. La tierra muerta debía de ser incapaz de regenerarse y en ningún otro rincón de aquel continente la había hecho, pero en aquella playa apareció una variante de una antigua palmera, rodeada de algas y otros vegetales. Habían pasado más de cien años desde la explosión que acabó con la vida allí y aquellos vegetales tendrían al menos varios años. En sus embarcaciones los suministros apenas alcanzarían para diez años más en el momento de encontrar la esfera.
Tras muchas deliberaciones se trasladó el poblado hasta allí, la vida en el mar cercana a esa playa parecía existir y seguir un ciclo vital autónomo. Las nuevas algas submarinas, se descubrió recubrían arrecifes de coral que se daban por desaparecidos décadas atrás. Bajo el agua la vida se abría camino mucho más aprisa que en la tierra. Los primeros niños nacidos en el poblado de la palmera nadaban como peces y aguantaban bajo la superficie un tiempo inaudito sin salir a tomar aire. La evolución era algo impensable con solo una generación, de no ser causado todo ello por alguna radiación o efecto secundario de la explosión de pulso vital. Asimismo estos mismos niños saltaban a gran altura y desafiaban la gravedad sin proponérselo. Algo que muchos de los veteranos pobladores con más de cien años y todavía vivos comenzaban a preguntarse no les habría afectado dándoles vigor y longevidad. Todos los pobladores de esa región decidieron cambiar el nombre de Zona Muerta por el de Fénix, en feliz alusión literaria mitológica. Al cabo de unos años se descubrió el origen de la vida en la isla.
Uno de los más jóvenes nadadores alcanzó una cueva submarina que debía situarse bajo la playa. Allí encontró una esfera iridiscente, del tamaño de un puño que llevó a la superficie. Días más tarde alrededor del poblado la vegetación comenzó a aparecer de forma incipiente y la tierra de los alrededores comenzó a cambiar de color. La esfera era el origen de la vida en aquella zona. Se decidió llevarla hacia el interior y recorrer toda la zona desértica del continente con las suficientes provisiones, pese a que algunos dudaban ante la idea de no tenerla cerca. Dos años más tarde tras recorrer toda la zona de costa a costa, el grupo de exploradores regresó con la certeza de no haber encontrado ninguna otra esfera en su viaje ni zona poblada por cualquier tipo de organismo. Su sorpresa fue enorme al descubrir que un nuevo grupo había salido pocos meses antes de ellos regresar para realizar el mismo camino que ellos habían tomado y que había creado a su paso un río de vida. En el recorrido que siguieron los primeros exploradores había florecido en vegetales, plantas y yacimientos de agua a pocos metros de la superficie incluso en las zonas menos frondosas de vegetación. La esfera creaba exuberancia a su paso. Incluso los reticentes a dejarla viajar no notaron la ausencia de vitalidad en sus cuerpos y ya todos buceaban a gran profundidad y durante mucho tiempo sin necesidad de aire, aunque los más jóvenes nacidos allí seguían teniendo más facilidad para ello.
Se decidió enviar la esfera a los otros tres continentes que aun asomaban sobre el gran océano. Habían pasado más de tres años desde su descubrimiento. Durante los dos siguientes años se recorrió el continente situado más al sur en el globo, por ser el más cercano a Fénix, antigua Zona Muerta, pero pese a ser éste más grande, la esfera no completó el recorrido que tenía previsto. Fue a principios del tercer año en el que el continente se recorría a cada rincón, seguida la esfera por un ocasional séquito de asombrados seguidores de ese curioso germen de existencia cuando el viaje cesó. Otra esfera apareció en un lago del interior. De nuevo se recordaron ciertos pasajes de la Biblia que hablaban de apóstoles siguiendo a Dios mientras obraba sus milagros, pero fue una idea que no llegó a adquirir peso ni consistencia entre las gentes que en otro tiempo hubiesen intentado estudiar la esfera, averiguar su origen, incluso tratar de abrirla o destruirla en un acto de torpeza inigualable. La gente había cambiado, el hombre ya no era el mismo.
Las noticias navegaron al cuarto continente al que se le prometió visitar con la segunda esfera en breve. Así se completaría el ciclo llevando ambas a las cuatro últimas zonas pobladas por el ser humano. Ni siquiera hizo falta. Al desembarcar la primera esfera en el tercer continente, se descubría en un río del otro extremo de las montañas que lo separaban una tercera. Dos meses más tarde en el cuarto continente apareció la cuarta y última antes de que la segunda llegase. La búsqueda de las mismas en los dos continentes que sabían de la existencia de las dos primeras unió y dio más esperanzas a los supervivientes de aquel enfrentamiento de siglos, de lo que nada había hecho por el hombre jamás.
Las Cuatro Lágrimas de la Tierra, así es como se llamaron a las esferas. Diez años más tarde de la aparición de la primera esfera, los cuatro continentes poblados por los antiguos habitantes de los países pobres y protegidos estaban sembrados de vida por las cuatro esferas. Una vida distinta, más fuerte, más hermosa. Se decidió devolverlas al océano de donde venían. Quizás el choque de los escudos abrió el núcleo de la tierra y se creó un camino hasta el fondo del mar por el que la esferas ascendieron hasta alcanzar los continentes. Quizás fuesen parte de algo que los hombres no estaban preparados para conocer aun siquiera después de aceptar su regalo. Se arrojaron al agua cerca de cada continente. Un acto de madurez por parte del hombre difícilmente comprensible en otro tiempo. Varias generaciones más tarde los hombres viven en un mundo verde y azul, nadan como peces, desafían la gravedad, trabajan bajo el agua, viven cientos de años, sienten la vida ajena como la propia. Los edificios se alzan nobles como los abetos a su misma altura, cubiertos del verdor de las enredaderas que viven en los techos de sus casas y por la calidez de las algas que se enroscan en las paredes de sus lugares de trabajo. Los hombres como sus ciudades y su propia vida surgen de la naturaleza y forman parte de ella. La simbiosis con el medio natural es la vida en el mundo que he visto. Que el regalo perdure es mi deseo.