La capacidad de adaptación a pérdidas, circunstancias o hechos traumáticos, intensos o simplemente dolorosos, define con gran precisión los límites morales y emocionales del ser humano. Pero, ¿hasta donde es preciso llegar para demostrase algo a uno mismo?
RESILIENCIA
Los estudios, la familia, el trabajo, el amor, los amigos, las metas personales, la búsqueda de la felicidad. Todo es susceptible de ser truncado o dañado en el proceso de existencia que llamamos vida. Son mandarinas en manos de nuestro yo malabarista, que intentamos mantener en el aire y pasar de una a otra sin perder ninguna. Intentando disfrutar de cada porción, aferrándonos a la que toca en cada momento, queriendo que no se desvanezcan, que no pierdan intensidad, pureza, que no acabe nunca su momento en nuestras manos si la sensación es la deseada.
Pero el cambio es inevitable, la transición llega, queramos o no. Resistirse, encerrarse en uno mismo desde el prisma romántico de la lealtad al sentimiento en lugar de la aceptación de la evolución del mismo, puede traer más dolor del que humanamente nadie debería soportar. El un equilibrio delicado, una batalla interna continua, una lucha para que la resiliencia salga a flote, sin dejar caer en el olvido las vetas emocionales que nos hacen ser quienes somos. Evolucionar sin olvidar, adaptarnos sin claudicar ante quien quisimos ser, pero lograr ser mejores durante el proceso. Porque todo es un proceso, y aquí no somos propietarios, solo estamos de paso.