La evolución temática del género de super-héroes dentro del cómic y las implicaciones a las que abrió la puerta WATCHMEN siguen siendo un caldo de cultivo inagotable con el que apelar a la reinvención de una fórmula inalcanzable.
HALCYON de M. Guggenheim, T. Butters y R. Bodenheim: *1/2
A buen seguro Alan Moore no era consciente de hasta donde estaba removiendo los cimientos del tebeo popular cuando asentó las nuevas bases temáticas de dicha narración con su anatomía del "héroe integrado en el mundo real". Así pues Marc Guggenheim y Tara Butters (matrimonio creativo en todos los aspectos), juegan aquí a estirar la premisa que WATCHMEN anunciaba en su conclusión; qué hacer cuando la paz se ha instaurado en el mundo. Y de las últimas páginas de la obra maestra del inglés, la pareja de guionistas consigue sacar cinco números americanos publicados en un tomo único por Planeta en rústica que apenas logra entretener más allá de lo razonable, apoyándose en todo momento en el conocimiento cómplice del lector asiduo a experimentos homólogos mucho más exitosos o llamativos como AUTHORITY, ULTIMATES o en especial PLANETARY. En HALCYON no importan unos caracteres prototípicos y referenciales sin profundidad o desarrollo personal alguno (excepto algún caso aislado puntual que consigue animar la tibiez de la historia). Tampoco asistiremos a una adictiva madeja detectivesca o a un intrincado juego de roles entre héroes y villanos. Lo único que empuja la trama es una atractiva premisa ajena que los guionistas juzgan suficientemente sólida e interesante (y de hecho lo es, aunque ellos nunca lleguen a sacarle partido del todo) para funcionar como motor narrativo autónomo, una suerte de macguffin estirado y maquillado para la ocasión que funciona unicamente como pasarela de una acción forzada y pirotécnica desde su presentación hasta su anticlimático cierre en falso, dejando entrever además -esperemos que no- una plausible continuación.
Al final HALCYON naufraga en sus pretensiones porque apenas esboza una reflexión interesante sobre su punto de partida, limitándose a exponer una idea que ni siquiera es propia -aunque eso tampoco sería algo criticable si la hubiesen desarrollado con más gracia- empleando para ello recursos excesivamente manidos, tanto guionísticos como artísticos, con una eficaz pero impersonal y nada interesante puesta en escena de Ryan Bodenheim, cuyo trazo formalmente correcto no consigue componer ni un imaginario atractivo, ni una narración con garra. Cumple con su cometido y ya. Quizás el color de Mark Englert consiga ser un poco más ambicioso y llamativo que el dibujo que cubre, pero el envoltorio apenas salva un conjunto desaprovechado y que probablemente debiera haberse llevado mucho más al extremo para funcionar como nos lo quieren vender en su contraportada.
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