Dentro de la parrilla de lujo que la HBO emite, caben tanto las series de largo recorrido como THE WIRE o TREME, las sitcom al uso o las miniseries, normalmente, dramáticas como THE CORNER, THE PACIFIC o la que hoy nos ocupa.
MILDRED PIERCE de Todd Haynes: **1/2
El formato televiso adulto y ambicioso supone cada vez de forma más patente el lugar de encuentro para las más altas aspiraciones audiovisuales de los artistas realmente inquietos y comprometidos con su profesión como medio de contar historias interesantes sobre personajes humanos, profundos, con dobleces y una destacable ausencia de maniqueismo. La HBO es la cota más alta a la que aspirar dentro de esta vertiente televisiva, que ve como deja muy atrás y en la cuneta a la mayor parte de estrenos americanos tanto en grande como en pequeña pantalla. Y para un narrador de tono clásico y refinado como Todd Haynes, responsable del revival melodramático hollywoodiense de los cincuenta con la estupenda LEJOS DEL CIELO, esta cadena supone el refugio perfecto en el que acomodar una trama costumbrista y dramática necesitada de una duración muy por encima de la media a la del cine actual para desarrollarse. No obstante y pese a los ímprobos esfuerzos por una sobriedad y contención narrativa y artística en todos sus aspectos, MILDRED PIERCE no consigue quitarse la farragosa etiqueta de trágico folletín culebronesco en tiempos revueltos (¡toma ya!). Basicamente porque lo intenta evitar durante cuatro quintas partes de su extensión para caer en el mismo al final.
Una lástima de cierre a una miniserie de cinco capítulos de una hora aproximada de duración cada uno (el último un poco más), en la que el gran trabajo protagonista de Kate Winslet sostiene con aplomo y ayuda de unos excelentes secundarios, especialmente la siempre soberbia Melissa Leo y un destacable Guy Pierce, un drama en plena depresión que se torna en viaje de autodescubrimiento con ascenso y caída en el mundo empresarial hasta volcarse en el puro telefilm de Antena 3 de fin de semana. Un mal sabor de boca que empaña tan solo la recta final de un producto riguroso y disfrutable, de admirable factura y ejemplar puesta en escena. La culpa -en caso de querer achacar a un único factor la carencia de homogeneidad y fuerza global del conjunto- del libreto original, obra de James M. Cain, o de su adaptación. No tengo en mente compararlos para corroborar la acusación.
El formato televiso adulto y ambicioso supone cada vez de forma más patente el lugar de encuentro para las más altas aspiraciones audiovisuales de los artistas realmente inquietos y comprometidos con su profesión como medio de contar historias interesantes sobre personajes humanos, profundos, con dobleces y una destacable ausencia de maniqueismo. La HBO es la cota más alta a la que aspirar dentro de esta vertiente televisiva, que ve como deja muy atrás y en la cuneta a la mayor parte de estrenos americanos tanto en grande como en pequeña pantalla. Y para un narrador de tono clásico y refinado como Todd Haynes, responsable del revival melodramático hollywoodiense de los cincuenta con la estupenda LEJOS DEL CIELO, esta cadena supone el refugio perfecto en el que acomodar una trama costumbrista y dramática necesitada de una duración muy por encima de la media a la del cine actual para desarrollarse. No obstante y pese a los ímprobos esfuerzos por una sobriedad y contención narrativa y artística en todos sus aspectos, MILDRED PIERCE no consigue quitarse la farragosa etiqueta de trágico folletín culebronesco en tiempos revueltos (¡toma ya!). Basicamente porque lo intenta evitar durante cuatro quintas partes de su extensión para caer en el mismo al final.
Una lástima de cierre a una miniserie de cinco capítulos de una hora aproximada de duración cada uno (el último un poco más), en la que el gran trabajo protagonista de Kate Winslet sostiene con aplomo y ayuda de unos excelentes secundarios, especialmente la siempre soberbia Melissa Leo y un destacable Guy Pierce, un drama en plena depresión que se torna en viaje de autodescubrimiento con ascenso y caída en el mundo empresarial hasta volcarse en el puro telefilm de Antena 3 de fin de semana. Un mal sabor de boca que empaña tan solo la recta final de un producto riguroso y disfrutable, de admirable factura y ejemplar puesta en escena. La culpa -en caso de querer achacar a un único factor la carencia de homogeneidad y fuerza global del conjunto- del libreto original, obra de James M. Cain, o de su adaptación. No tengo en mente compararlos para corroborar la acusación.
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