Asistimos con más o menos interés -según nos preocupe el tema- a los vaivenes políticos de nuestros días de enfrentamientos y coaliciones, de promesas automáticamente incumplidas y palabras con meses de vida grabadas en las redes sociales y los medios de comunicación que se olvidan en las mentes de los nuevos (o no tan nuevos) y flamantes congresistas como por arte de magia. No podía ser de otro modo, la nueva política es igual de rastrera y apestosa que la vieja.
EL ODIO DE LOS PERDEDORES
La conjura de un perdedor no puede ser otra: vengarse del ganador. Ni las -siempre falsas y vacuas, o al menos muy dudosas si salen de boca de un político- promesas de las campañas electorales, ni los brindis al sol en forma de programas, ni nada de lo que un partido pueda hacer por mejorar en lo más mínimo la vida en sociedad aun teniendo un poder en ocasiones casi ilimitado para ello (como lo tuvo el Partido Popular en la pasada legislatura y decidió auto-lobotomizarse sin lograr nada significativo excepto salvar los muebles de un país al borde del abismo), supone diferencia alguna cuando el reparto de poder y dinero se discuten en la mesa. Rajoy miente (si iba a presentarse a la investidura), Sanchez miente (no iba a pactar con populistas), Iglesias miente (no iba a entrar en gobierno ajeno): todos los que quieren tajada de modo inmediato mienten, engañan, ofuscan. Ese es su sino, su objetivo, su auténtica lealtad solo responde a su ambición. A Rivera lo dejamos en suspensión criogénica hasta que toque poder, porque es el único de los cuatro destacados que se salva de la quema por ahora.
Para Iglesias el PSOE era casta y bunker hace unas semanas, ahora parece que es viable -a falta de capturar subvenciones ya ve en el horizonte el reparto de sillas ministeriales (con RTVE a la cabeza: no se puede decir que no tenga claro lo del control informativo y que el asesoramiento en Venezuela no de sus frutos)- pactar con Sanchez, de repente un legítimo representante del pueblo. Así funciona la podredumbre política: mientras no me pueda beneficiar apesta, son el enemigo. Cuando hay opciones de obtener réditos pasa a tolerable o incluso pueden ser amigables compañeros de cama. Así funciona el odio del perdedor: hará lo que sea para derrocar al ganador (aunque el PP no sea precisamente de mi agrado y no se pueda negar que se ha granjeado el desprecio de buena parte de la sociedad adulta española, una mayoría de votantes lo escogió como mejor opción para conducir el país los próximos cuatro años). Como prostitutas pagadas por el bolsillo del ciudadano pero sin la legitimidad y respetabilidad de estas cuando ejercen su profesión libremente, los políticos tatuados con un lacónico "nacido para perder" apuntan con el dedo a Finlandia, Suecia o Dinamarca, pero replican los castillos de naipes de Portugal y Grecia. Amén de no hacer prácticamente nada (ni unos lo han hecho en estos cuatro años, ni los otros piensan en hacerlo ahora embebidos por su particular juego de tronos) de lo que se suponía tenían que hacer: facilitar la vida de las personas.
Luego el atontado votante, que siempre encuentra alguna excusa barata para defender lo que sea que hagan sus ídolos de barro, se extrañará de que sople el viento internacional -en un mundo globalizado, para suerte de todos, hace tiempo nos guste o no- y la farsa se descabale. Y con echarle la culpa al capitalismo y los mercados (que nos dan de comer, nos visten, nos llevan de vacaciones, nos dan tiempo libre, nos compran la tele de pantalla plana, el smarphone, el cine, las cervezas, pagan internet o bajan el precio del combustible) o a la falta de más poder para gobiernos más regulatorios e intervencionistas (que se llevan más del 50% de nuestro dinero en impuestos de toda índole directos e indirectos y ponen trabas a toda actividad económica con burocracia infinita y pesadillesca mientras crean comités, ministerios, aeropuertos vacíos, organismos de control, rotondas infinitas, radiales desiertas, observatorios sociales para enchufar a familia y amigos políticos, subvenciones a la carta, adjudicaciones a dedo, obra pública innecesaria y faraónica) es suficiente. Pero pagaremos el pato nosotros, porque sus sueldos serán lo último en llegar antes de apagar las luces y cerrar el chiringuito. Mientras tanto, a la libertad y a la prosperidad para nuestro pobre país, ni se las ve ni se las espera.
Para Iglesias el PSOE era casta y bunker hace unas semanas, ahora parece que es viable -a falta de capturar subvenciones ya ve en el horizonte el reparto de sillas ministeriales (con RTVE a la cabeza: no se puede decir que no tenga claro lo del control informativo y que el asesoramiento en Venezuela no de sus frutos)- pactar con Sanchez, de repente un legítimo representante del pueblo. Así funciona la podredumbre política: mientras no me pueda beneficiar apesta, son el enemigo. Cuando hay opciones de obtener réditos pasa a tolerable o incluso pueden ser amigables compañeros de cama. Así funciona el odio del perdedor: hará lo que sea para derrocar al ganador (aunque el PP no sea precisamente de mi agrado y no se pueda negar que se ha granjeado el desprecio de buena parte de la sociedad adulta española, una mayoría de votantes lo escogió como mejor opción para conducir el país los próximos cuatro años). Como prostitutas pagadas por el bolsillo del ciudadano pero sin la legitimidad y respetabilidad de estas cuando ejercen su profesión libremente, los políticos tatuados con un lacónico "nacido para perder" apuntan con el dedo a Finlandia, Suecia o Dinamarca, pero replican los castillos de naipes de Portugal y Grecia. Amén de no hacer prácticamente nada (ni unos lo han hecho en estos cuatro años, ni los otros piensan en hacerlo ahora embebidos por su particular juego de tronos) de lo que se suponía tenían que hacer: facilitar la vida de las personas.
Luego el atontado votante, que siempre encuentra alguna excusa barata para defender lo que sea que hagan sus ídolos de barro, se extrañará de que sople el viento internacional -en un mundo globalizado, para suerte de todos, hace tiempo nos guste o no- y la farsa se descabale. Y con echarle la culpa al capitalismo y los mercados (que nos dan de comer, nos visten, nos llevan de vacaciones, nos dan tiempo libre, nos compran la tele de pantalla plana, el smarphone, el cine, las cervezas, pagan internet o bajan el precio del combustible) o a la falta de más poder para gobiernos más regulatorios e intervencionistas (que se llevan más del 50% de nuestro dinero en impuestos de toda índole directos e indirectos y ponen trabas a toda actividad económica con burocracia infinita y pesadillesca mientras crean comités, ministerios, aeropuertos vacíos, organismos de control, rotondas infinitas, radiales desiertas, observatorios sociales para enchufar a familia y amigos políticos, subvenciones a la carta, adjudicaciones a dedo, obra pública innecesaria y faraónica) es suficiente. Pero pagaremos el pato nosotros, porque sus sueldos serán lo último en llegar antes de apagar las luces y cerrar el chiringuito. Mientras tanto, a la libertad y a la prosperidad para nuestro pobre país, ni se las ve ni se las espera.
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