Resulta desconcertante, y no precisamente para bien, el viraje de coherencia al que, en su reducido número de episodios, se ve empujada esta prometedora serie ahora en peligro de desinflarse como un globo en su tercera vuelta.
El abracadabrante cliffhanger lostiano se apodera del tercer (y último) episodio de la serie en esta segunda temporada que ve perder sus signos de identidad inicial en pos de un rizar el rizo vacuo, efectista e injustificado. Pero que este mal sabor de boca sea la huella que marque a fuego el devenir de la saga no quiere decir que en conjunto sea deshechable ni mucho menos. Su primer capítulo con otro personaje literario clásico haciendo su aparición estelar resulta soberbio, a la altura de cualquiera de la primera temporada. El remiendo de Baskerville baja el listón con una trama rebuscada con signos intermitentes de lucidez, aunque adivinar antes que Holmes detalles o explicaciones finales no resulta especialmente gratificante. Pero es en su último tercio donde la serie decae en interés, profundidad e inteligencia, dejando a las vueltas de tuerca excesivas el protagonismo que debiera haberse fundamentado en los mimbres de su interesante exposición temática inicial (la búsqueda de Moriarty por desacreditar la figura y logros del detective, intentando hacer dudar incluso al espectador de la veracidad del mismo), dirección que abandona al poco de iniciar un jugoso y malogrado juego de roles para abocarse a un truco de manos que justifique el salto a tercera ronda.
Poco y muy decepcionante como colofón de temporada si tenemos en cuenta su segmento previo y las posibilidades que tamaño personaje y aledaños podían (y pueden todavía en caso de recuperar el pulso y encauzar las líneas maestras donde empezaron a perderlas) ofrecer al espectador exigente y erudito para con la mitología de la pareja detectivesca de Baker Street. No obstante sigue habiendo elementos que mantienen a flote la función, como la química chispeante de sus protagonistas, una magnífica Irene Adler o un Moriarty que bordea el ridículo excesivo pero que se mantiene en el filo de la navaja con su malsana afectación psicopática. Lo mismo para unos diálogos ágiles y mordaces o una puesta en escena y narrativa dinámica, directa. Se merece el beneficio de la duda. Veremos.
Poco y muy decepcionante como colofón de temporada si tenemos en cuenta su segmento previo y las posibilidades que tamaño personaje y aledaños podían (y pueden todavía en caso de recuperar el pulso y encauzar las líneas maestras donde empezaron a perderlas) ofrecer al espectador exigente y erudito para con la mitología de la pareja detectivesca de Baker Street. No obstante sigue habiendo elementos que mantienen a flote la función, como la química chispeante de sus protagonistas, una magnífica Irene Adler o un Moriarty que bordea el ridículo excesivo pero que se mantiene en el filo de la navaja con su malsana afectación psicopática. Lo mismo para unos diálogos ágiles y mordaces o una puesta en escena y narrativa dinámica, directa. Se merece el beneficio de la duda. Veremos.
aún la tengo pendiente, pero ardo de impaciencia e imagino que habrá tercera temporada, a mi lo que me resulta desconcertante es el actor que encarna a moriarty, tanto les costaba coger a alguien como Christopher Eccleston?
ResponderEliminarDesde luego que hay tercera temporada en ciernes. La duda será ver por qué temática se decantan, si por el giro con sorpresa a cada dos pasos, o por la inteligencia de unas tramas interesantes y bien escritas, ya que en esta segunda vuelta asistimos a ambas vertientes mientras que en la previa primaba el guión habilidoso con homenaje de lujo.
ResponderEliminarA mí el final no me gusta, por mucha expectación que genere como truco de manos. Pero claro, todo es cuestión de gustos.
Saludos en paralelo.