La metáfora del laberinto que sobrevuela gran parte de esta primera temporada de la nueva serie estrella de HBO, le va que ni pintada a la descripción misma del show. Un embrollo metafísico de menos calado del pretendido, ensamblado dentro de un entretenimiento de altos vuelos tan espectacular como tramposo.
WESTWORLD TEMPORADA 1 de Jonathan Nolan: ***1/4
La idea de partida original, obra de Michael Crichton, proponía un sofisticado parque temático en el que evocan épocas pasadas pobladas por robots indistinguibles de personas de carne y hueso para solaz de ricos y pudientes. Las cosas se tuercen y los protagonistas tienen que sobrevivir al entretenimiento. Más o menos lo que luego pasaría en su Parque Jurásico por cauces genéticos en lugar de mecánicos. La idea resulta sugestiva y con posibilidades. En la película original no se exploraban las profundidades del alma humana en función de los recuerdos, ni se focalizaba ningún misterio en el malfuncionamiento de las unidades robóticas que pueblan el parque. Simplemente las cosas se descontrolaban y había que sobrevivir. La ficción serializada en la televisión moderna permite explorar con mucho más énfasis, tiempo y lecturas ideas como estas. Que en el fondo no dejan de proponer la enésima relectura de la rebelión de las máquinas. El responsable del tinglado es el hermano de Christopher Nolan, Jonathan, que se pasa a labores de dirección también con el primer y último (bastante extenso) capítulo de esta primera ronda.
Todo lo que en ella se cocina a fuego lento (el primero de los -dos o tres- grandes giros tarda en llegar seis episodios), y el recorrido, razonablemente bien hilado en sus juegos de espejos, engaños, reiteraciones cíclicas o saltos temporales, bien podía haberse acortado un poco. No obstante y dado que el entretenimiento paisajista es un regalo para los que amamos el western, las idas y venidas de los personajes más o menos arbitrarias (incursiones en cárceles mejicanas, luchas con soldados, pueblos masacrados, y demás material de relleno que recuerda sospechosamente a las constantes excursiones isleñas de LOST) se podrían soslayar si el punto de intersección de las mismas no fuese tan evidente: las máquinas toman consciencia de si mismas. Por lo que en el fondo y pese al gran elenco, al dispendio de medios y a la producción impecable, todo se reduce a querer dejarse engañar. Se trata de una serie recomendable, pero para llegar al mar no hacía falta mancharse tanto de arena.
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