No es HBO, es David Simon. Así debería rezar la cabecera de cualquier producto en el que participe el periodista, escritor, guionista y productor responsable de la cumbre televisiva del siglo XXI THE WIRE. Al igual que su primera vuelta, la vida en Nueva Orleans de los personajes de TREME vuelve a conseguir unos resultados extraordinarios.
TREME TEMPORADA 2 de David Simon y Eric Overmyer: ****
Debo destacar una sutil diferencia de grado entre el segmento previo y este segundo, imperceptible en el noteo ya que se compensan los elementos que enseguida paso a glosar para dejar la obra al nivel que merece, que no es sino la excelencia. Pero me ha parecido que el visionado completo y con perspectiva de los episodios ahora comentados dejaba una sensación inconclusa, de ambiguo cierre emocional para con muchos de los personajes y tramas, que a su vez no tiene porque suponer un demérito en el devenir de la serie ya que se abraza a la evidente puerta abierta de un siguiente capítulo. De este modo, la simetría de su temporada inicial, donde se reconfiguraba en su último episodio todo lo visto con una secuencia magistral, se ve contrastada en esta segunda ronda -de once entregas, una más que la anterior- con un montaje musical más en la línea de los cierres de la mencionada THE WIRE que sugiere, al igual que en aquella, las intenciones de sus creadores en cuanto a la creación de "libros" que compongan un gran fresco literario-audio-visual (¡toma ya!) con el que definir la vida al completo en Nueva Orleans como ya hicieron entonces con Baltimore.
Al poseer la confianza de la continuidad se perdonan con facilidad los pequeños deslices argumentales que quedan desdibujados dentro de un conjunto robusto e imponente, como son el recorrido del nuevo personaje Nelson Hidalgo (más que correcto Jon Seda), un zorro especulador que llega a la ciudad con una mínima relación familiar como nexo de unión con uno de los personajes conocidos, para agarrar todo el dinero público que pueda, sirviendo al tiempo para mostrar una vez más los pocos escrúpulos de la clase política, incluso en caracteres a priori más positivos. Igualmente el caso de investigación que centrará las pesquisas de la siempre soberbia Melissa Leo parece declinar en interés y profundidad emocional frente a la búsqueda previa del hermano de Khandi Alexander -que vuelve a bordar su temperamental personaje- y al conato romántico atajado por la insobornable solidez moral de un colosal David Morse, poniendo en tela de juicio durante el camino los métodos de cierto grupo de miembros de la policía de la ciudad. Pero aunque la crítica y el caracter contestatario de Simon planee por buena parte del entramado social que la trama plasma con sobriedad y contundencia, son la esperanza y la lucha de una comunidad por levantarse una y otra vez lo que define la luminosidad, carisma y cariño que genera esta serie.
El ritmo se mantiene lento, permitiendo a cada pequeña situación y conflicto desarrollarse en función a su propio tempo, reconfigurándose de modo orgánico el día a día de cada personaje, lo que transmite una realidad física y palpable absolutamente arrebatadora. Querer saber más del quehacer cotidiano de gente real, humana y casi palpable puede parecer, dicho de este modo, un contrasentido en un medio expresivo como es el audiovisual televisivo dado al exceso de la ficción comercial, al sobresalto de los anuncios, al impacto de las noticias tremendistas o el sensacionalismo barato que se esgrime en las mismas. TREME es otra cosa. Y además está la música, inundándolo todo de modo casi continuo, como una voz que aglutina y sintetiza -tal y como ejemplifica la última frase dicha por Steve Zahn en la temporada- el dolor, el pesar, la alegría y el amor de todos los personajes, de toda una ciudad y una forma de entender la vida. Ya solo por la música merecería para los melómanos seguir la serie, pero además esta trasciende por momentos a documento antropológico en el retrato de festividades como el Mardi Grass cajún de Lucia Micarelli en "Carnival Time" o el traslado generacional de Wendell Pierce (que vuelve a construir un genial Antoine Batiste) por la pasión musical durante "Do Watcha Wanna". Lo dicho, TREME es otra cosa. Es una maravilla.
El ritmo se mantiene lento, permitiendo a cada pequeña situación y conflicto desarrollarse en función a su propio tempo, reconfigurándose de modo orgánico el día a día de cada personaje, lo que transmite una realidad física y palpable absolutamente arrebatadora. Querer saber más del quehacer cotidiano de gente real, humana y casi palpable puede parecer, dicho de este modo, un contrasentido en un medio expresivo como es el audiovisual televisivo dado al exceso de la ficción comercial, al sobresalto de los anuncios, al impacto de las noticias tremendistas o el sensacionalismo barato que se esgrime en las mismas. TREME es otra cosa. Y además está la música, inundándolo todo de modo casi continuo, como una voz que aglutina y sintetiza -tal y como ejemplifica la última frase dicha por Steve Zahn en la temporada- el dolor, el pesar, la alegría y el amor de todos los personajes, de toda una ciudad y una forma de entender la vida. Ya solo por la música merecería para los melómanos seguir la serie, pero además esta trasciende por momentos a documento antropológico en el retrato de festividades como el Mardi Grass cajún de Lucia Micarelli en "Carnival Time" o el traslado generacional de Wendell Pierce (que vuelve a construir un genial Antoine Batiste) por la pasión musical durante "Do Watcha Wanna". Lo dicho, TREME es otra cosa. Es una maravilla.
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