sábado, 31 de diciembre de 2011

Final Alternativo: Ana y Otto

El último día del año, la última entrada de este año tiene que ser algo diferente. El final de un comienzo que se ha prolongado demasiado tiempo. Y nada mejor para cerrar algo antiguo que comenzar algo nuevo.

FINAL ALTERNATIVO: ANA Y OTTO

"Que nadie me despierte hasta la hora de comer". Ana lo dijo solo con palabras mientras retrocedía hacia el camino de la cabaña, sin ningún deseo, con la decepción brillando en sus ojos por la ausencia de correspondencia para ella en el coche de reparto. La mensajera le sonrió con tristeza. El día de San Juan, el Sol de la medianoche, solo le habían traído un sueño frío de recuerdos inconexos al borde del lago y ahora quería dormir de verdad. Sumergirse en el olvido y volver a soñar con Otto, estar junto a el en sueños. La mensajera se puso en marcha mientras dejaba a su lado, en el asiento del acompañante, la carpeta con el listado de entregas sobre un paquete plano y alargado -posiblemente un libro o una revista- que tapaba el periódico del día, el cual todavía no había tenido tiempo ni de ojear debido al retraso causado por una noche extraña incluso para ella, natal de aquella tierra.

Otto permanecía suspendido, a punto de cerrar su único círculo en soledad y silencio, habiendo abandonado casi la posibilidad de descolgarse de aquel árbol por sí mismo. Entonces escuchó aproximarse un coche y cuando lo hubo atisbado entre las ramas gritó y se retorció todo lo que pudo llamándolo hasta quedarse sin pulmones durante los segundos que lo tuvo a la vista cruzando frente a el. Pero el coche no paró. Ni siquiera sintió que le hubiese percibido y comenzó a zarandearse violentamente atrapado en el arnés del paracaídas por pura impotencia. Entonces una rama se rompió por la fuerza de su frustración y cayó unos metros más, dejándole un poco menos oculto, a un poco menos de altura de lo que su avión le había lanzado hacia Ana, un poco más cerca del suelo, de ella. Y al cabo de un instante escuchó otro motor en la distancia, más nítido y potente en esta ocasión. Esta vez si logró que el conductor le escuchase con sus gritos y le localizase con sus aspavientos acto seguido a bajarse este del vehículo.

Aki, como así se presentó una vez hubo ayudado a Otto a descender, le repitió varias veces lo innecesario de sus constantes y efusivos agradecimientos. Entonces Otto le preguntó por Ana. Aki le condujo hacia un claro del bosque que daba a parar al lago, al otro extremo del mismo se encontraba la cabaña. El pequeño camino lo bordeaba sin llegar a atisbarlo y luego se bifurcaba en dirección hacia las dos ciudades más cercanas. El salvador finlandés le dijo a Otto, que Otto (el dueño de la cabaña) le enviaba a Ana una invitación para comer juntos el día que se fundía con la noche y que ese era el motivo de su presencia allí, gracias a lo que el improvisado paracaidista se había librado de quedarse colgado en el bosque.

Otto le preguntó: "No tendrás un cigarro, ¿verdad?", a lo que Aki respondió negativamente, pero pese a ese pequeño detalle todo lo demás había sido prácticamente perfecto, así que se despidió de el y le dijo que él mismo le llevaría la invitación a ella, después de todo era mensajero. Gracias, dijo una vez más. Aki rió repitiendo lo innecesario del agradecimiento y se volvió a internar en el bosque. Otto comenzó a caminar por el borde del lago en dirección hacia la cabaña. Durante los minutos que aquello duró tuvo tiempo de recordar casi tantos fragmentos y memorias de ella como Ana había soñado esa noche improbable con él de protagonista, teniendo en ocasiones la impresión de alejarse en lugar de acercarse a la cabaña. Pero al final llegó.

Con una mezcla de ansia, excitación, miedo y plenitud alcanzó el porche. La cercana silla vacía con restos de migas de pan a su alrededor todavía parecía contener algo del calor de su ocupante de horas antes. El aroma de ella impregnaba la mañana al borde del lago. Otto hizo ademán de llamar, pero sintió de pronto un escalofrío al recordar la puerta de la cocina de la casa de sumadre, así que bajó la mano y dejó fuera el miedo con la puerta cerrada. Se aproximó a la ventana más próxima y la empujó con suavidad. Por pura casualidad esta se econtraba abierta. Saltó dentro de la cabaña y en la pared de su izquierda echada boca abajo, tapada casi entera por una manta de color claro en una cama pequeña encontró a Ana, de la que apenas se apreciaba el negro de su pelo bordear la almohada.

Cuidadosamente se acostó a su lado sin preocuparse de nada excepto de quitarse las botas y el abrigo. Ella seguía durmiendo. Otto se metió en la cama y con delicadeza arrastró la manta por encima de su hombro hasta quedar cubierto junto a ella. Alzó la vista y observó a Ana, dormida con la cabeza apoyada de lado en paralelo a la suya. Otto sonrió con serenidad mientras el universo entero estallaba en su interior. Sacó del bolsillo de su pantalón el avión de papel que Ana le había enviado en la carta a casa de su padre y lo deslizó dentro del puño semi cerrado de ella. La pregunta de amor no estaba escrita en ese avión, pero tampoco hacía falta, el ya conocía la respuesta. Y Otto se quedó dormido junto a Ana dentro del círculo polar.

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