Tras un año de perpetuo declive moral en lo relativo a la política, la vida en España continúa un año más pese al gobierno de turno. Habiendo invadido la socialdemocracia hasta el último rincón, tan solo queda esperar que la olla a presión en la que los políticos estatales y supraestatales han convertido nuestro país y la Europa en la que se enmarca, acaben liberando tensión -esperemos que no llegue a estallar- al estilo del Brexit o la elección de Donald Trump como presidente de los USA.
VIENTOS DE INVIERNO...
Si a nivel meteorológico ha tardado en llegar el frío invierno a la zona ibérica (ya veremos lo que dura), a nivel social la turbulencia del malestar generalizado por la crisis que no conseguimos superar, gracias a un paro salvaje que dura ya demasiados años y que hemos aceptado como habitual aunque casi ningún país civilizado lo haría, sigue empujando en direcciones opuestas. Primero tenemos la masa informe de acomplejados conservadores miedosos de lo nuevo ("más vale malo conocido...") que han apoyado el estatismo más dañino de nuestra historia reciente, y enfrente a la neo casta comunista, propugnando consignas y ofreciendo como soluciones de renovación para evitar la acción del estado más impuestos, más regulación y más sometimiento a su estado (que viene a ser como querer curar a un alcohólico con vodka o síndrome del bombero pirómano). Entre dos aguas (el socialismo -malo de por si por su pauperizadora acción general- y el neo comunismo populista -seductor/destructor que gana adeptos por su facilidad para las soflamas y los argumentos simplistas-) esta el tercer socio del club socialdemócrata, que se ha visto empujado a radicalizar posturas por una parte (si la izquierda extrema ha ocupado tu espacio, girar al centro o a la derecha parece ser una claudicación ante tus clientes potenciales), pero al final la dependencia de los presupuestos públicos decantó la balanza por otra, defenestrando al monigote que dirigía sus intereses hacia el abismo nacional. En el horizonte, una sanguijuela de proporciones cósmicas incapaz de vivir fuera del chiringuito del dinero ajeno. Y en cuarto lugar, un tibio equipo socialdemócrata que nos parecía a algunos una moderada esperanza de libertad y que no ha hecho sino facilitar la continuidad de unos y otros sin lograr todavía avance alguno que justifique el apoyarlos. Osea, nada de nada.

Pero es precisamente por la invasión de la socialdemocracia, de la corrección política, y del pensamiento único ("solo el estado puede.../solo lo público puede..."), que sea más necesaria que nunca la acción humana individual, creativa y espontánea, la denuncia de que el sistema no se arregla cediendo su inmenso poder al grupo político "adecuado", porque no existe tal grupo, existen millones de personas con su idea propia de lo adecuado y permitir que cada una de ellas pueda ganarse la vida y vivir en paz con los demás es la única función que el estado (lo más pequeño posible) y quien lo controle (lo más diligente y productivamente posible) debería tener como prioridad. El sistema no puede mejorarse con un cambio de cromos o de caras, sino aceptando la realidad de su existencia misma: la política -que controla el sistema- está diseñada en nuestro país para beneficiar primero y ante todo a los políticos, que viven de promesas, de enchufar al erario público a todo quisqui cercano, pariente o afín y de escaso trabajo real, dificultando la vida de las personas, poniendo obstáculos a las familias y a las empresas que generan trabajo, machacando a los autónomos y repartiendo alegremente (el rescate de las autovías son el último ejemplo, pero solo uno más de este tipo de jugarretas gubernamentales) el dinero ajeno que nos extraen coactivamente a todos. Si la vida sigue medianamente bien en nuestro país para una buena parte de nosotros, no es gracias al estado, sino pese a el. Pero el futuro no invita al optimismo y el invierno de la socialdemocracia se acerca imparable.
Buena suerte!