lunes, 13 de febrero de 2012

Comienzo Alternativo: Tierra (II)

Segunda parte del relato recuperado de los abismos del olvido universitario que tengo a bien enseñarles aquí. No lo dije antes, pero iba implícito en la presentación del post; bienvenidas críticas y correcciones de estilo. No me son ajenas las referencias futuristas (pues con ellas en mente lo escribí), asi que si las aprecian con notoriedad no dejen de apuntármelas para poder aplicar ejercicio de memoria.

TIERRA (II) de Ignacio Garrido Muñoz

Los efectos de este arma fueron más devastadores de lo que se imaginó inicialmente. Murió todo tipo de vida, hasta los microorganismos y las bacterias. Solo en las costas, donde el efecto de la explosión llegó de forma secundaria, sobrevivieron varias generaciones de hombres, animales y plantas. No obstante y para su desgracia el empleo de dicha arma tuvo unas nefastas consecuencias sobre todos ellos. El ciclo vital de todos los seres vivos se redujo brutal y gradualmente a cada nueva generación. En las últimas, una planta común apenas vivía y desarrollaba su ciclo vital en pocas semanas. Siguiendo este ritmo de desarrollo toda la vida de la zona desapareció casi por completo en apenas cien años. La tierra quedo yerma, las rocas, las montañas y la arena se convirtieron en los únicos pobladores de un mundo cubierto de aire vacío. Al lugar resultante se la declaró la Zona Muerta, aunque algunos de forma menos poética la llamaban Tierra 2, para intentar quizá con el mismo nombre alejar esa barbarie de la conciencia física de pertenecer a una especie capaz de hacerse eso entre ellos y a su propio planeta.

Los otros tres países ante la opción de acabar como la Zona Muerta, decidieron mantener los escudos. Estos al cabo de los cien años, habían comenzado a penetrar en la corteza terrestre de forma mas profunda a la que se habían diseñado. En principio una profundidad estudiada como factible para repeler la creación de un túnel o de un posible intento de entrada subterránea acabó por ser excesiva a la hora de mantener el control y estudio de la propia barrera. A más profundidad se daban mayores dificultades de control de la absorción de energía, pero el gasto se mantuvo durante años sin problemas que hicieran sospechar nada malo. La fluctuación de la profundidad de la barrera fue durante los primeros cincuenta años prácticamente inexistente, quizás centímetros. Unas décadas más tarde la precisión de las mediciones no diferenciaba entre los datos de varios centímetros de años atrás y los metros que fluctuaban los escudos en esos momentos. Inicialmente la evolución y crecimiento de estos datos se dió como un imponderable, pese a las reticencias de su creador a no hacer caso omiso a una futura evolución y seguimiento de los mismos. Ni siquiera él llegó a imaginar jamás lo que ocurriría.

Tras ciento cuarenta años desde ese punto, la profundidad de los escudos aumentaba diariamente varios metros y con ello el gasto energético sufría una escalada dramática, pero cuando se decidió abrir una investigación profunda sobre el problema nadie supo en realidad que hacer al respecto. Lo único que se averiguó con la suficiente certeza es que de reducir la creciente exigencia energética de las barreras, se enfrentarían ante la posibilidad casi segura de que éstas no se mantuviesen de forma efectiva y de averiguar eso en el exterior podrían encontrar una forma de entrar finalmente. Fuera de los países protegidos, los intentos por penetrar los escudos no se daban por imposibles aun con el paso de los años, pero sí había descendido el interés por atravesarlos como única forma de intentar convencer a los países protegidos de compartir sus recursos. Las negociaciones habían cobrado más importancia, aunque era la supervivencia lo que realmente primaba. Pese a todo, ocasionalmente algún grupo de libertadores atentaba contra los escudos, con explosivos de neutrones no reactivos o similares armas no dañinas para con la tierra o la atmósfera. El recuerdo de la Zona Muerta viviría entre los hombres para el resto de sus días. Este decreciente interés en el mantenimiento de una negociación hostil por parte de los países pobres desde las fronteras sería un motivo secundario pero que influiría en parte en la destrucción de los escudos. Un ataque en toda regla a los escudos podía suponer un filón de energía para mantener los mismos de forma autónoma durante varios días, incluso semanas.

Se produciría en el país situado más al norte, uno de los intentos más destacados de ataque sobre los escudos a principios del 2200. Recordar este hecho dará pie para entender de forma más profunda las implicaciones de los ataques como posible medio para haber cambiado el curso de la historia de la humanidad, algo que nunca llegaría a suceder. Sería en la colonia C-3 de la antigua región de Carolina, situada en la frontera de Nueva América, en su región más oriental. Cerca del escudo de esa zona se asentaba una de las grandes megalópolis del país y en ella una de las grandes plantas de energía para el mantenimiento de los escudos de toda la zona sur del país. Era de conocimiento popular no solo para los pobladores de la colonia que en esa ciudad se amasaba al menos un diez por ciento de la riqueza íntegra de Nueva América. Tal era la extensión de la ciudad, que aun hoy cuando algún joven decide recorrerla desde su extremo oriental hasta el más occidental, puede llegar alrededor de medio día siendo incluso un formidable nadador. Casi doscientos kilómetros sería su diámetro en la época de máxima expansión. Tras el pacto y unión con las zonas más prosperas del sur de la antigua Canadá, los viejos Estados Unidos expulsarían de su unificación interna en base a la reformada constitución del 2096 a todas las regiones menos afortunadas del sur, apropiándose de forma supuestamente justificada y amparándose en los nuevos estatutos, casi todos los recursos amasados en las capitales de esas regiones que quedarían sumidas en la ruina con el implantamiento posterior de los escudos. El atentado se perpetraría de forma calculada por los primeros libertadores de la unión de las cuatro colonias C. No funcionó.

Al cabo de los ciento cincuenta años, los escudos comenzaron a aumentar su exigencia energética de forma desmesurada. Varios metros por día crecían sin visos de detenerse. La decisión de mantenerlos se mantuvo. En las tres décadas siguientes el gasto que energía dedicado a mantener las barreras igualó al empleado en el mantenimiento de su primer siglo y medio. Los recursos comenzaron a descender dentro de los países protegidos, pero se podían afrontar optimizando los gastos y desviando la energía de las fuentes secundarias. Varias generaciones más tarde, los escudos eran la dedicación de casi el total de la población interna mientras en el exterior se seguía luchando con menos gente y más fuerza por el reparto de unos bienes que seguramente de saber su poca existencia y rápido descenso dejarían de interesar a cualquiera. El fin de la civilización de los países poderosos frente a los países pobres y su civilización de subsistencia tocaba a su fin. El resultado del encontronazo entre ambos intereses sería algo que se esperaba desde hacía años, pero nadie se atrevía a describir, ni siquiera a imaginar.

El primer país en dejar caer sus defensas, situado más al norte, sufrió lo que se podía definir como una venganza atrasada de las generaciones que habían muerto en las fronteras esperando un pacto que nunca llegó. Los escudos se desconectaron al borde del agotamiento energético y los supervivientes asaltaron las ciudades en busca de un mítico botín que jamás encontrarían. La respuesta fue salvaje, el ajusticiamiento de los líderes en público, el asesinato, el robo y el saqueo acabó con toda la decencia que les quedaba a los supervivientes que lucharon con sus propias manos por defender sus vidas. Las armas de poco sirvieron ante la crueldad que se mostraba sin ellas. Las noticias de esta caída forzó un intento de pacto en los restantes países, pero fue un vacuo intento que tras cientos de años y generaciones enfrentadas fracasó estrepitosamente con un atentado en una de las capitales del país más sureño. Uno de los negociadores del exterior ocultó un arma con la que amenazó hacer volar la planta energética principal del escudo perteneciente a la región más próxima a su poblado. Su vida acabó junto con las de casi doscientas personas más y con los planes de negociación de ambos países. Tras tanto tiempo, ya no había esperanza para la relación amistosa entre los pueblos supervivientes. Solo perduraría el más fuerte. Se decidió mantener los escudos a cualquier precio y con ello entrar en el periodo final de desgaste del interior de los países. Fue ésta decisión la que acabaría por destruir el espíritu de esas últimas generaciones de hombres del siglo XX.

Las barreras atravesaban prácticamente el interior de la corteza terrestre hasta el centro del planeta. Nadie jamás imaginó que el choque de las mismas pudiese provocar algo más grave que el propio enfrentamiento de todos los supervivientes. Fue mucho peor. El Día Cero, es como se dió a llamar a aquel instante de tiempo en el que ambos países agotaron sus recursos mientras permanecían enfrentados a los supervivientes del exterior. De haber aumentado los escudos a menor velocidad la energía se habría agotado tan solo medio año después y le historia habría sido distinta, pero no se desconectaron las barreras, chocaron. La energía que fluía por ellas entró en un bucle de absorción interna y el resultado fue un colapso total de cualquier pulso energético generado de forma artificial. Una variante infinitamente más invasiva y duradera del conocido pulso electromagnético que tanto asustó a la tierra a finales del 2012 en forma de broma pesada solar de ecos mayas. Toda la tecnología se destruyó. Cualquier sistema digital, eléctrico o electrónico se fundió de forma inmediata y en un chasquido de dedos, el hombre volvió a sus orígenes. Los poblados-ciudadelas situados en las fronteras de los países protegidos y cercanos a sus antiguos escudos habían desarrollado pese a la precariedad de la supervivencia cierta tecnología, y en el interior el desarrollo de la cultura y los avances del ser humano aunque muy limitados no habían desaparecido por completo. En el Día Cero lo hicieron. La memoria individual y colectiva de los ordenadores se volatilizó, las redes y bancos de comunicación y almacenaje de datos, conocimientos, memoria, sabiduría humana se perdieron. Solo los datos escritos cientos de años antes, que ya se consideraban reliquias, perduraron. Todos los sistemas cifrados, encriptados y perfectamente diseñados para la imposibilidad total de pérdida de toda esa información no sirvieron de nada. Todas las ideas y avances del hombre en los últimos cientos de años simplemente desaparecieron. La oscuridad devoró la faz de la tierra. Alguien se atrevió a llamar al resultado de dicha desgracia Tierra 3.

Pese al resultado del choque de los escudos los supervivientes del exterior entraron en la ciudades como habían hecho en el país del norte sus semejantes, pero sin violencia, sin expectativas, sin esperanzas. Si los escudos habían caído y la tecnología desaparecido, poco quedaría dentro de interés. Los habitantes del interior a su vez decidieron salir y algunos incluso se aventuraron dando por perdidas sus vidas a navegar a vela hasta la Zona Muerta e intentar acabar allí sus días como acto simbólico final de una expiación para todos sus actos egoístas. Fueron acompañados por algunos de los supervivientes del exterior. Con la destrucción de todo lo que había conseguido el hombre, se consiguió al fin unir al propio hombre, pese a que el tiempo que les quedaba se daba prácticamente por perdido, pues una vez en la Zona Muerta sobrevivirían pocas generaciones sino ninguna, o eso pensaban.

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