lunes, 6 de junio de 2011

BSO: Christopher Young (II)

Continuando con el repaso iniciado con THE GRUDGE, hoy toca recuperar la reseña que en su momento le dediqué a su secuela, abordada con el mismo aplomo e igualando en calidad a su predecesora, ofreciendo además una sugerente orquestación étnica.

THE GRUDGE 2 de Christopher Young: ***3/4

Como no podía ser menos, Young cumple con creces en su cometido de asustarnos y sorprendentemente, de ofrecernos nuevos y originales retazos de sonoridad japonesa y ambientes cercanos a la música concreta con la que el autor coqueteó en sus inicios musicales en piezas como “Mases” o “Coku-Ryu” e incluso tangencialmente en trabajos para cine como “Bat 21”. El punto de partida no deja de ser conocido por el aficionado, sea o no seguidor de la saga, pues en el recorrido que la edición discográfica nos ofrece, encontraremos tanto la agresiva atonalidad deudora de Penderecki ya oída en el primer film, como el suspense inquietante de las voces e instrumentos solistas típicos del género, así como el lánguido tono melódico que acompaña el drama.

El norteamericano reincide en la exploración del material temático de la primera parte con sutileza e ingenio, destacando la variación del motivo central que recupera de forma alterada en el corte que abre el disco, “Ju-On 2”, donde se apoya en unos lúgubres y ominosos coros masculinos para darle profundidad y contraste a la melodía de la saga, reconvertida ahora en una cuasi-nana infantil de perturbadora sonoridad. La siguiente pieza, “Hitan” es Young en estado puro, un brillante pasaje de suspense y misterio resuelto con cuerda, piano y leve acompañamiento electrónico, deudor de los mejores momentos del compositor en el género, como en los temas centrales de “The Glass House” o “Judicial Consent”. Con “Gishiki” se abre brecha en la atmósfera musical de la serie, al aportar una nueva vía expresiva del terror con la inclusión de instrumentación étnica japonesa. Efectos de reverberación, golpeos y percusiones brutales, se entremezclan con efectos sintéticos creando una amalgama de sonidos secos, hirientes y desconcertantes, que en lo impecable de su aplicación visual consiguen alcanzar ese lacerante miedo a lo desconocido que se esconde en la maldición que persigue a los personajes de la nueva cinta.

Así pues, tanto con lo familiar de los recursos clásicos -que no albergan secretos para el compositor como así lo demuestra, por ejemplo el corte “Higeki”- como con la experimentación de la nueva paleta orquestal expuesta en los cortes “Seme” o “Ritsuzen”, el músico exprime su expresividad atenazadora cada vez más hasta alcanzar al final su brutal conjunción. Young desplegará todo su poderío en los temas “Shikyo” y “Asuma”. A lo largo del primero, el más extenso de todo el compacto, asistimos tanto a la aparición de la cortante sonoridad de unas flautas japonesas, como a una fantasmagórica voz solista marca de la casa (con ecos a la magistral “El exorcismo de Emily Rose”) que desgrana una hermosa y apagada melodía bruscamente interrumpida por una explosión orquestal. El segundo corte supone el desarrollo del salvajismo sonoro del compositor en su máxima expresión, pues tras la explicación del pasado de la trama, la huida del presente se hace inevitable. Para ilustrar la macabra secuencia, el compositor construye un fragmento atonal in crescendo, donde primero fuerza el extrañamiento con coros y efectos acústicos al tiempo que cita lejanamente el tema central, para luego de forma rítmica y despiadada, alcanzar un climax asfixiante con chillidos de cuerda y percusión. Una de las piezas más extremas escuchadas en la música de cine de los últimos años.

Para el cierre de la trama, se acude otra vez a una variación del tema principal en “Inochi”. Ahora con el empleo de los coros en menor medida y la introducción de la instrumentación japonesa, se resuelve la narración musical con una inquietante coda, desarrollada en base a un desasosegante motivo para cuerda concluido con unas notas de xilófono. El compositor nos ofrece más incluso con esta segunda parte que con la previa una propuesta arriesgada, cortante, honesta. Esta es la música del miedo. Y como no podía ser de otro modo, es de nuevo Varèse Sarabande, la responsable de la edición. Repite grafismo, duración aproximada, selección de pistas (con el inconfundible sello de su autor en los títulos) y escueta presentación, pero acredita en esta ocasión –cosa que no se hizo en el disco anterior- a los orquestadores y al director de la orquesta, este último el otrora apreciable compositor canadiense Hummie Mann.

Puedes leer la reseña original completa en Scoremagacine.

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