martes, 16 de agosto de 2011

Cine: Todas las canciones hablan de mí

Es difícil realizar una crítica con desapego y objetividad cuando por definición ejercer la misma supone una acción subjetiva, una revisión y traslación laudatoria o despectiva de una obra que nos ha llegado o no. Así cuando el contenido, la forma y fondo de lo saboreado impacta tanto, cuando uno se siente tan identificado con lo experimentado que parece haber traspasado corazón y alma, puedo ser de todo menos imparcial.

TODAS LAS CANCIONES HABLAN DE MÍ de Jonás Trueba: ***1/2

Con todo prefiero siempre dar reposo al producto consumido, medirlo con la misma vara que al resto de obras similares o cercanas en lugar de ceder al impulso inicial de poner por las nubes algo que me ha entusiasmado. Y con todo, esta película me ha entusiasmado. La mil veces vista historia de “chico conoce chica” o en este caso “chico y chica rompen y vuelven hasta un final incierto” ha visto docenas de versiones memorables (citaré una de sus cumbres MANHATTAN, con el riesgo de la comparación y el grado evidente que las separa al absorber de la misma con buen gusto e inteligencia alguno de sus mejores aromas, incluído evidentemente su cartel) y cientos de ellas horribles. No obstante el joven Trueba se erige por encima del juego multi-referencial en el que baña a sus personajes e imágenes, referencias tanto literarias como musicales y cinematográficas que en su sobredimensionamiento excesivo parecen estar a punto de comerse por momentos –sobre todo en lo relativo a su banda sonora, de la que llega a abusar en más de una ocasión– el verismo de lo narrado para caer en la autocomplacencia excesiva de la ambición primeriza, consiguiendo mantener a raya la pedantería con el pulso sobrio de una mirada de inusual madurez en un realizador novel.

Cadenciosamente se nos muestra a un introvertido y pasmosamente cercano protagonista (exacto y contenido Oriol Vila), cuya existencia y experiencias deambulan en torno a un pequeño microcosmos cuyo centro emocional y vital viene a ser su exnovia (soberbia Bárbara Lennie). Su relación, su ruptura, sus amigos, sus reflexiones -nunca divagaciones- sirven de muestrario y reflejo de actitudes, comportamientos, decisiones, acciones que resuenan en el eco de nuestros recuerdos. Pocas veces había experimentado con tanta nitidez la sensación de identificación personal con un relato (y personaje) contemporáneo. Los sentimientos son universales y siempre hayamos en libros, cómics, películas, etc… elementos comunes, frases, escenas, retales de vida afines a nuestros anhelos y deseos.

Pero la coincidencia tanto física como sentimental que de modo tan desnudo, transparente y sincero se muestra en esta película me resulta desarmante, tanto en la ilustración de el (irritantemente pasivo, de existencia estanca, inmovilista, incapaz de asumir o reflejar hasta el final sus sentimientos, pero también apasionado, soñador, introspectivo, melancólico...les suena?) como de ella (capaz de abandonar un amor perdurable por el sueño de algo más, algo mejor, de una ilusión improbable). Además, que la situación geográfica y el deambular físico de los personajes suceda en el centro de Madrid, en Los Austrias, La Latina, Plaza de España, Bailén, etc… (¡Incluso la pareja reside en la calle y el portal que yo elegiría para vivir!), en todos y cada uno de los rincones en los que me encanta perderme cada vez que puedo, evidentemente convierten sus recorridos en los míos y esta historia en propia.

Secundarios magníficos, destacando a un genial Bruno Bergonzini, bien perfilados, humanos, que interactúan con sentido y credibilidad dentro de la trama, llevan el peso de un guión escrito a alimón con Daniel Gascón, que denota el punto fuerte de Jonás Trueba y justifica el éxito del largometraje; unos diálogos precisos, sutiles, frescos y reales, que en boca de un plantel actoral espléndido obra la magia de convertir a los personajes en personas y transformar la ilusión narrativa en reflejo vital. Un logro nada desdeñable teniendo en cuenta la edad, pese al bagaje y el cine en la sangre familiar, del artífice máximo de la cinta.

Una película maravillosa que recomiendo plenamente (aun consciente de las taras y elementos que la perjudican y que justifican el no exceso de nota final, a saber; lo prosaico que puede resultar su afectación para algunos, lo estático de su puesta en escena o el propio discurso inmovilista que propugna, apartados  todos ellos que soy felizmente capaz de ignorar dejándome llevar por una historia contada por y desde lugares comunes que adoro) tanto por lo que representa como compendio de elementos que me apasionan (Madrid, el amor, la reflexión sobre la pareja, la amistad…), como por la delicada sensación de calidez emocional que transmite con su visionado. Porque TODA ESTA PELÍCULA HABLA DE MÍ.

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