LA AMENAZA DE ANDRÓMEDA es un producto cinematográfico extraño y audaz que no sólo soporta el paso del tiempo con envidiable salud, sino que todavía sostiene fascinantes lecturas y presenta una vigencia plena en su puesta en escena. La aproximación sonora convenida por el director, el siempre reivindicable Robert Wise, fue la del extrañamiento total. El compositor, Gil Mellé, lograría una de las cumbres de la música electrónica para la gran pantalla.
LA AMENAZA DE ANDRÓMEDA de Gil Mellé: *****
La intrusión de un elemento exógeno (virus mortal alienígena) en la tierra, se ilustraría por una homóloga intrusión sonora de inasibles cualidades sintéticas. La idea, y plena consecución del objetivo dado el resultado final, era lograr la creación de un tapiz sonoro absolutamente desconocido hasta la fecha, una ambientación musical única, nueva, desasosegante e inquietante, que no permitiera en ningún momento identificar la amenaza con ninguna idea musical preconcebida. De este modo, la realización documental de la cinta quedaría soslayada en ciertos momentos claves por una banda sonora absolutamente contraria a los cánones, donde la experimentación electrónica y los sintetizadores serían las únicas voces del comentario incidental.
El encargado del desafío sería Gil Mellé, autor proveniente de la televisión con estudios modernistas de la mano de Edgar Varèse a sus espaldas. Aprendizaje que mezclaría con su pasión por el jazz y su interés en la música electrónica, eclosionando en la creación del primer álbum de jazz electrónico de la historia en 1968, de título TOME VI, interpretado por el conjunto del compositor, los Jazz Electronauts. Un currículo que marcaba a fuego su elección para la película de Wise.
La edición discográfica, felizmente alumbrada por Intrada con unas ajustadas mil quinientas copias, permite corroborar desde su inicio la mencionada negación del aparato orquestal del score, dando paso a la mutación (al igual que el virus de la cinta) de la sonoridad de los instrumentos acústicos empleados y reconvertidos en fascinantes efectos y pulsiones. De este modo y creando asimismo nuevos aparatos como el Percussotron III para generar una nueva gama de sonoridades, la audición se abre con "Wildfire", donde diez pianos procesados electrónicamente permutan una serie de ritmos polimétricos que se conjugan creando una pista nerviosa y ágil que anuncia las claves necesarias para entender lo que ha de venir y deja entrever, asimismo, el cáliz de música concreta del que va a beber la obra en todo momento.
"Hex" deviene en uno de los experimentos más fascinantes de la creación. En ella se ofrece un juego intertextual donde seis flautas alteradas intervienen en un diálogo ambiguo y superpuesto, casi un efecto de reverberación que ilustra las seis caras del hexágono que representa la forma básica del cristal que los científicos buscan a través de un potente microscopio durante esta escena, saltando a más y más aumentos al tiempo que la música se reconfigura con cada nuevo salto. "Andromeda" será la encargada de identificar con una constante pulsión electrónica la amenaza del virus, al tiempo que la pasión jazzística del autor se percibe en las anárquicas intervenciones de bajo y percusión que aumentan la sensación de extrañamiento sobre la pieza.
En "Desert Trip" encontramos uno de los pasajes más contundentes, un derroche de ritmos asimétricos en continua evolución que recupera en su segundo tramo las ideas iniciales de "Wildfire" para culminar en un crescendo sintético explosivo, mientras que "The Piedmont Elegy" denota una acusada sensación de desolación, al mostrar el pueblo arrasado por el efecto del virus alienígena, donde el juego de dinámicas sobre el motivo de la amenaza es lo más destacado. Por otro lado el momento más distendido del conjunto aparece en "Op", durante el paso de los protagonistas a los niveles sucesivamente inferiores y de mayor seguridad del complejo de investigación, donde la música opera como símil de la limpieza biológica que sufren gracias a su sonoridad electrónica cristalina.
"Xenogenesis" emplea contrabajo y piano alterados mezclados con una amalgama de sonidos que ilustran el ataque de epilepsia de uno de los personajes frente a la imposibilidad de identificar la forma de detener el virus, dando lugar a un corte de carácter alucinógeno y amorfo, que oscila entre la agresividad contenida (punteada por efectos percusivos) y una creciente tensión electrónica. "Strobe Crystal Green" culmina la banda sonora con su sección más extensa y espectacular durante el bombardeo del virus con Rayos X, primero con un violento choque de texturas rítmicas en crescendo y colisión, dando paso a un intercambio politonal del Percussotron III. Luego de la recuperación y variación del material rítmico de "Wildfire" (con la aportación de unos bizarros pizzicatos para bajo alterado), este se amplifica, conjuga y acelera hasta un clímax insostenible que cierra el disco de modo extasiante.
Con el paso del tiempo y la invasión de la, en general, barata, poco elaborada y nada inteligente electrónica que asola la música de cine desde hace décadas, este trabajo puede pecar de algo ingenuo si se le atiende superficialmente, pero su propuesta intrínseca perdura desafiante y robusta, pletórica de ideas, cargada de fascinación e inventiva como sólo las grandes creaciones son capaces de ser acreedoras. Breve, quirúrgica y brillante, ANDROMEDA STRAIN de Gil Mellé quizás nunca llegue a considerarse una obra maestra reconocida de la música de cine (al igual que PLANETA PROHIBIDO de Louis y Bebe Barron o BLADE RUNNER de Vangelis, por poner un par de ejemplos colindantes) por su marcado carácter y génesis anti-convencionales, su plena ejecución electrónica carente de melodías y aparentemente de estructura, así como por tratarse de una banda sonora dificultosa, compleja y exigente en su apreciación sonora externa a las imágenes. Pero superadas las barreras del disfrute auditivo común y con la más sana de las curiosidades por bandera, desde estas líneas no puedo dejar de recomendar encarecidamente, al menos, su conocimiento y experimentación de primera mano a todo aquél que no la conozca. Unos, temo que los más, apenas terminarán de escuchar sus escasos veintiséis minutos de duración, pero con suerte a otros, los menos posiblemente, se les abrirá la puerta a un fascinante nuevo mundo sonoro, único e irrepetible, plagado de sensaciones indescriptibles.