Hoy, último día del año, algo diferente, algo que arrastro desde hace tiempo. Buen momento para dejarlo salir, para mirar atrás sin miedo y hacia delante con esperanza.
Anoche te ví en otro rostro. Esta noche he vuelto a verte en otra cara. Ha pasado casi un año entre una vez y la siguiente. Ha pasado mucho más desde que te ví por última vez, pero las personas se repiten en Madrid. Al menos tu parecido se repite, como el eco de una melodía que no se recuerda con nitidez, como un sueño del que no quieres salir al despertar.
PERSONAS EN PARALELO
Mientras decido que hacer con mis recuerdos, lucho contra la fuerza de lo inesperado. Los momentos en los que, cada año o así, vuelvo a verte en el un reflejo femenino, en un perfil similar, en una mirada diferente, me asaltan y dominan durante más tiempo del que me gustaría y me inquietan más allá de la razón. Y recuerdo a Ofelia y la calma del olvido, del regreso a la paz del silencio. Y deseo no recordar, no sentir más que lo imprescindible para llegar hasta el filo del mañana y ocupar la mente en cualquier otra cosa, en marcharme a cualquier otro lugar.
Ahora tengo más de lo que esperaba. Más, seguramente de lo que pensaba hace no tanto que tendría en un futuro que ahora es presente. Más, probablemente, de lo que merezco por el poco esfuerzo que empleo en ello. No se si podré conservarlo mucho más, porque no estoy convencido de ser digno de ello, pero no me preocupo demasiado. Supongo que nunca lo he hecho.
Recuerdo un tiempo diferente, en el que la expectativa brillaba como la estrella del alba, en el que el miedo no existía en el mundo y el devenir de las cosas danzaba como luciérnagas alrededor del fuego del libre albedrío. Cada minuto era una nueva oportunidad de acariciar al destino, y el destino era Madrid.
Ignorante y soñador, somnoliento e inconsciente, torpe y bienintencionado, jugando a juegos prohibidos, convencido del eterno retorno, de la vida eterna y las calles secretas de una ciudad mágica que confundo en mis sueños con retazos de muchas otras, y todas son la que escondo dentro de mí. La que solo conozco yo, o eso me digo a mí mismo. Mi ciudad, mis sueños, con esa infantil posesión como ancla y armazón del relato de lo inevitable.
Antes imaginaba instantes en un puente cercano, después veré recuerdos del oceáno que nunca llegó a comerse el borde de Madrid en los pilares de un acueducto que nunca vio agua pasar bajo la luz nocturna que refleja los sueños de alguien que inventa su vida a golpe de sonrisa, a veces forzada, a veces sincera y a veces en paralelo, cada vez que vuelve a verte, lo quiera o no.
Anoche te ví en otro rostro. Esta noche he vuelto a verte en otra cara. Ha pasado casi un año entre una vez y la siguiente. Ha pasado mucho más desde que te ví por última vez, pero las personas se repiten en Madrid. Al menos tu parecido se repite, como el eco de una melodía que no se recuerda con nitidez, como un sueño del que no quieres salir al despertar.
PERSONAS EN PARALELO
Mientras decido que hacer con mis recuerdos, lucho contra la fuerza de lo inesperado. Los momentos en los que, cada año o así, vuelvo a verte en el un reflejo femenino, en un perfil similar, en una mirada diferente, me asaltan y dominan durante más tiempo del que me gustaría y me inquietan más allá de la razón. Y recuerdo a Ofelia y la calma del olvido, del regreso a la paz del silencio. Y deseo no recordar, no sentir más que lo imprescindible para llegar hasta el filo del mañana y ocupar la mente en cualquier otra cosa, en marcharme a cualquier otro lugar.
Ahora tengo más de lo que esperaba. Más, seguramente de lo que pensaba hace no tanto que tendría en un futuro que ahora es presente. Más, probablemente, de lo que merezco por el poco esfuerzo que empleo en ello. No se si podré conservarlo mucho más, porque no estoy convencido de ser digno de ello, pero no me preocupo demasiado. Supongo que nunca lo he hecho.
Recuerdo un tiempo diferente, en el que la expectativa brillaba como la estrella del alba, en el que el miedo no existía en el mundo y el devenir de las cosas danzaba como luciérnagas alrededor del fuego del libre albedrío. Cada minuto era una nueva oportunidad de acariciar al destino, y el destino era Madrid.
Ignorante y soñador, somnoliento e inconsciente, torpe y bienintencionado, jugando a juegos prohibidos, convencido del eterno retorno, de la vida eterna y las calles secretas de una ciudad mágica que confundo en mis sueños con retazos de muchas otras, y todas son la que escondo dentro de mí. La que solo conozco yo, o eso me digo a mí mismo. Mi ciudad, mis sueños, con esa infantil posesión como ancla y armazón del relato de lo inevitable.
Antes imaginaba instantes en un puente cercano, después veré recuerdos del oceáno que nunca llegó a comerse el borde de Madrid en los pilares de un acueducto que nunca vio agua pasar bajo la luz nocturna que refleja los sueños de alguien que inventa su vida a golpe de sonrisa, a veces forzada, a veces sincera y a veces en paralelo, cada vez que vuelve a verte, lo quiera o no.